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El otoño, la luna y los medios (1)

  |   IES Valle del Saja

Siempre ha existido el sensacionalismo en los medios de comunicación, entendiendo éste como la necesidad de vender como extraordinario lo frecuente y cotidiano. Pero hoy en día nada escapa a ese afán por decorar lo que no necesita adornos y, como no podía ser menos, también la ciencia se ha visto afectada por tan desafortunada moda.

 

Observo en estas últimas semanas cómo los medios, casi en competencia unos con otros, se han apresurado a exhortarnos a la contemplación de la “superluna” de septiembre. Mal comienzo supone la utilización de un término que tiene su origen en la astrología más que en la astronomía. En cualquier caso la recomendación era clara: no dejen de observar una luna que tardará décadas en volver a verse así.

 

La primera pregunta es inevitable:

¿Realmente la luna llena presenta distintos tamaños?

 

En sentido estricto la respuesta es afirmativa pero en algunos casos lleva sorpresa incluida. Si observamos la luna llena saliente nos da la sensación de que su tamaño es mucho mayor que el que va tomando a medida que se levanta sobre el cielo y, sin embargo, esto no es cierto en absoluto. El efecto se debe a la comparación que nuestro cerebro establece entre la luna (todavía en el horizonte) y objetos distantes como casas o árboles que se solapan con ella, haciendo que ésta parezca mucho mayor. Por el contrario, en lo alto del cielo no hay referencia de otros objetos para que nuestro satélite resulte comparativamente ganador (esta ilusión lunar es un tema todavía muy debatido por psicólogos y astrónomos).

 

Un sencillo experimento nos dará la razón: podéis tomar una pequeña moneda una noche de luna llena y proceder a alejarla progresivamente desde vuestro ojo (el otro deberá permanecer cerrado) hacia la luna extendiendo el brazo. En el momento en que veáis que el resplandor de la luna empieza a ser visible alrededor de la moneda como una corona, os detenéis y memorizáis o medís la distancia desde el ojo a la moneda. Unas horas después se repite la operación con la luna bien alta y veréis que apenas hay diferencia significativa entre ambas medidas.

 

Pero no es ésa la única sorpresa porque, si pudiésemos medir con precisión de kilómetros la distancia real a la luna, veríamos que precisamente en el momento de su salida es cuando más lejos está. No es difícil de entender si imaginamos a una persona en el borde de un tiovivo que mide su distancia respecto a un punto de la calle. La distancia será menor cuando dicho punto y la persona estén alineados con el centro del tiovivo y eso es lo que sucede cuando observamos la luna en su cénit. Cualquier programa de representación astronómico como stellarium te permite ver la distancia a la luna en estas posiciones. En cualquiera de los casos el tamaño angular es casi el mismo, aproximadamente de medio grado con variaciones entre ambas posiciones de no más de un 1%.

 

Si después de esto seguís sin estar convencidos bastará con poner una cámara sobre un trípode y tomar 3 o 4 fotos de la luna con intervalos de 1 hora. Podremos superponer, recortar o comparar las fotos y ver una luna idéntica en todas las tomas.

 

Todo esto sería exacto para una luna que describiese círculos perfectos en un plano perpendicular al eje terrestre y desprovista de las decenas de movimientos anómalos que presenta nuestra silenciosa compañera. Lo más significativo es que desde el siglo XVII sabemos, gracias al genio del que fuera niño prodigio, Johannes Kepler, que la luna describe elipses en vez de círculos con la tierra situada en el foco. La trayectoria se acerca en su punto más cercano (perigeo) a poco más de 350.000 km y se aleja ligeramente por encima de los 400.000 km en su punto más lejano (apogeo) manteniendo una distancia media aproximada de 384.000 km. La luna invierte unos 27,5 días en completar un ciclo si tomamos como referencia la posición del fondo de estrellas (periodo sideral); sin embargo, como la tierra se desplaza alrededor del sol necesita 29,5 días en volver a mostrarnos la misma fase  y compensar el trocito de trayectoria que la tierra le ha ganado (periodo sinódico) Obviamente para que se produzca luna llena debemos tener alineados el sol, tierra y luna con la tierra en medio. Si además la luna está en su perigeo tendremos una luna significativamente mayor.

 

En algunos medios se llegó a decir que el hecho de alcanzar su perigeo no había ocurrido en los últimos años. Si yo me he explicado bien hasta ahora, comprenderéis que la luna pasa por su perigeo cada 27,5 días, lo que sí puede tardar varios años en ocurrir es que coincida exactamente con que además esté en su fase llena (alineada con tierra y sol). Lo podéis ver perfectamente en la ilustración.

 

perigeo

 

Como los periodos de luna y tierra no son parecidos, ni múltiplos, ni nada por el estilo, hay veces que la magia de los números hace coincidir en un mismo año hasta tres “superlunas” como ha ocurrido en 2014. Esto sí que tardará varios años en volver a producirse, no el paso rutinario y mensual de la luna por su perigeo. Por cierto, el término más adecuado es el de luna de perigeo y no el de superluna.

 

También se pueden formar lunas llenas cuando la luna se encuentra en el apogeo y  su imagen nos resultará sensiblemente menor. ¿Cuánto? Pues, entre una luna de apogeo y una de perigeo puede haber diferencias en tamaño superiores a un 14%, algo que sí es apreciable para el ojo humano. El problema es que pueden pasar muchos meses entre ambas lunas y es muy difícil que nuestro cerebro tenga esa memoria fotográfica con respecto a los tamaños.

 

El sensacionalismo del que hablaba al principio tiene que ver con que una luna de perigeo no es significativamente distinta a la del plenilunio anterior o posterior, dado que en un mes la tierra tampoco se ha desplazado tanto como para variar demasiado la geometría del problema. Además cuando se habla de lunas de perigeo únicamente quiere decir que está aproximadamente en el perigeo; sólo en años muy concretos como en Marzo de 2011 la luna estaba realmente en su perigeo en el momento del plenilunio. El astrónomo y divulgador Neil Degrasse (Cosmos II) publicaba en las redes sociales dos fotos, bajo unas mismas condiciones, de la superluna de junio de 2013 y la luna llena de mayo. Como una imagen vale más que mil palabras ésta es la comparación:

 

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¿Vale la pena salir a la calle para ver la luna de junio y no mirar al cielo en la de mayo? Creo que la respuesta es evidente. No dejéis de mirar la próxima en Octubre que con toda seguridad será muy parecida. Es cierto que estas lunas pueden ser mucho más brillantes pero como la situación de la atmósfera condiciona tanto la observación, una luna en el perigeo no siempre es sinónimo de espectáculo.

 

Otro hecho del que también se han hecho eco los medios es el de las enormes mareas que ha dejado esta luna de perigeo

 

La luna llena y la nueva producen las llamadas “mareas vivas” debido a la alineación de sol y luna y a la consiguiente suma de sus efectos gravitacionales. Si además la luna está más cerca de lo normal, su tirón es aún mayor y si, además estamos próximos a un equinoccio, las mareas vivas se ven todavía más reforzadas. El resultado ha sido el de unas mareas espectaculares incluso en costas donde el efecto no suele ser  tan notable como en las playas de San Sebastián.