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Los dragones del Edén

  |   IES Valle del Saja

kipEn 1985 Carl Sagan ya era una figura consagrada en el panorama científico mundial. Siete años antes había recibido el premio Pulitzer por su libro Los dragones del edén y había formado parte de incontables comités científicos como el de las sondas Voyager. Pero es innegable que la emisión de la serie (y libro) Cosmos en 1980 le supuso un reconocimiento y un éxito sin precedentes en la historia de la divulgación científica. Sin embargo, Sagan estaba entonces entregado a la redacción de la que acabaría siendo su única novela, Contact.

 

En algún momento de ese año llamó a su amigo Kip Thorne para pedirle asesoramiento sobre una cuestión básica de la novela: viajar en el tiempo. Thorne que era, y es, uno de los físicos teóricos más importantes del mundo le explicó que los viajes en el tiempo sólo serían posibles a través de estructuras del espacio-tiempo denominadas agujeros de gusano pero, dado que éstos son inestables, no resultarían transitables en ningún sentido. No obstante, Carl Sagan terminó su novela, con agujero de gusano incluido, y logró un nuevo éxito editorial. En ella hace gala de una enorme clarividencia científica y plantea una historia sobre contacto con civilizaciones extraterrestres y viajes en el tiempo completamente rigurosa y plausible. Una década más tarde el cine llevaría la historia a la gran pantalla. La película es más que recomendable a pesar de que se omitieron elementos importantes de la novela y se añadieron otros que le daban, sobre todo en el final, un tono mucho más edulcorado.

 

 

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Carl Sagan pocos años antes de su muerte en 1996

kipPero volvamos con Thorne. Después de hablar con Sagan decidió retomar el tema y lo primero que hizo fue compartirlo con Mike Morris, entonces uno de sus alumnos de doctorado. Durante más de dos años trataron de encontrar una respuesta matemática para la creación de agujeros de gusano transitables y en 1988 publicaron un artículo en el que se presentaba una posible solución. El problema, y no menor, era que la garganta del agujero debía contener grandes cantidades de materia con masa/energía negativa. Las réplicas de otros colegas no se hicieron esperar y enseguida se propusieron nuevas soluciones en las que se minimizaba la cantidad de masa negativa. Hoy en día la búsqueda de esta materia exótica constituye uno de los objetivos de multitud de experimentos en física de partículas. Lo cierto es que este trabajo de Thorne y Morris se ha acabado convirtiendo en un documento ampliamente citado en abundantes artículos de física teórica.

 

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Kip Thorne contemplando una de sus pizarras

 

Es digno de mención el rigor de estos grandes hombres. No olvidemos que tanto Sagan como Thorne profundizaron en esta idea sólo para realizar una mera especulación en una novela de ficción. Ambos son el ejemplo impagable de la autoconsistencia que exige el método científico. Para ellos ni siquiera una historia imaginaria debe estar exenta de rigor y por eso buscaron marcos teóricos donde el viaje en el tiempo pudiera tener coherencia formal.

 

Actitudes así deberían hacer reflexionar a quienes practican el ejemplo contrario: no tener el más mínimo rigor en cuestiones que ya no son de ficción. Empezando por la cantidad de informaciones erróneas, incompletas o hasta mal traducidas (que de todo hay) que se transmiten en los medios. Ni siquiera se toman la molestia de contrastar sus fuentes o de acudir a las páginas oficiales de las entidades responsables de la noticia. ¿Para qué? Es mucho más emocionante la enésima, y cada vez más pervertida, versión del acontecimiento que están tratando. Y así nos vamos aburriendo de escuchar informaciones de cómo la población mundial será de 8 billones dentro de muy poco cuando en realidad se trata de miles de millones, de cómo Marte se verá este verano más grande que la Luna (y mira que se ha hablado de este tema) en virtud de no se sabe qué, de rincones del espacio con temperaturas por debajo del cero absoluto y hasta una sonda espacial que se va a acercar a 100 km del sol (por desgracia, esto se emitió en un informativo de la televisión pública). Otra cuestión, y ésta es aún más grave, es la de ver los programas de los vendedores de misterios convertidos en divulgadores de la ciencia. La lista de barbaridades que se podría enumerar sería tan triste como extensa pero el camino de la lamentación es el menos adecuado. Frente a este periodismo acientífico existen dos posturas muy claras, si excluimos la de mirar para otro lado.

 

En primer lugar, está el papel del científico redentor que acude a estos programas o se deja entrevistar en estos ambientes para tratar de llevar algo de rigor. El mero hecho de haber sido llamado ya es una muestra de buena voluntad, dicen ellos. No sería un mal razonamiento si no fuese porque sus declaraciones serán cortadas al editar el programa, compartirá espacio con auténticos farsantes y finalmente todos sus esfuerzos por divulgar la ciencia quedarán diluidos por la consabida frase del conductor del programa diciendo “y ahora ustedes en sus casas saquen sus propias conclusiones”.

 

La otra postura es la de salir al paso de todas las informaciones que, con buena o mala intención, desvirtúen algún hecho científico. Creo que es una obligación fundamental de la ciencia y que muchas veces se descuida. El trabajo de divulgación sólo debe ser realizado por aquellos que creen y saben de lo que hablan. Ese espacio está siendo usurpado día a día por este periodismo carente de rigor. Pensar que eso es mejor que nada es plantear mal el problema. Debemos reivindicar y ganar ese espacio. Los responsables de la ESA en España no pueden quedarse mudos ante una información de la televisión, que ellos también pagan, en la que sitúan a la sonda Rosetta a 100 km de nuestra estrella. O lo explican en sus propios medios o deben exigir que les den espacio para hacerlo en la televisión donde se haya cometido el error.

 

Personas como Carl Sagan son absolutamente imprescindibles no sólo para una buena divulgación científica sino como referentes para toda la sociedad. Su legado en forma de libros, documentales o conferencias constituyen un material de enorme valor que los docentes debemos incorporar, sin dudarlo, en nuestra actividad profesional.